Quiero poner en tus mano,
a pesar de la distancia,
a pesar estar ausente,
en tus manos mi beso
y con él ¡tantas cosas,
que tú sólo Madre conoces!
Dejar en tus manos,
en las manos de la mujer
que cargara el agua
de la fuente a la mesa,
de la fuente al hogar,
mi beso en la distancia.
Dejar en tus manos,
tus manos de mujer esperanzada
que prepara en otro adviento,
sin conocer los planes del Padre,
la cuna, la sábanillas, la primera ropa
que cubrió en la tierra,
la desnudez de Dios hecho carne.
En tus manos madre,
quiero dejar mi beso,
en las manos donadas
a Dios para hacer de ellas
un cielo, donde soñará
el Dios Niño en Nochebuena,
las manos que levantaron
al Niño cuando vacilante
daba sus primeros pasos,
y hoy me levantan
en mis caídas,
en mis torpes pasos.
En tus manos Madre
quiero dejar mi beso,
en las manos
¡qué tantas noches
esperaban en vela la Hora,
anunciada en Caná,
pronunciada en el Templo!
En tus manos Madre
quiero dejar mi beso,
en las manos abiertas,
las manos que se aferraron a Juan,
en la Hora de la Cruz,
cuando tu corazón
era rasgado por la Espada
de la pena y el dolor.
En tus manos Madre
quiero dejar mi beso,
en las manos que recogieron
el fruto caído del Verde Árbol,
cuando todo era muerte,
cuando todo era noche.
En tus manos Madre
quiero dejar mi beso,
en las manos llenas de Esperanza,
que se llenaron de alegría
una Madrugada,
cuando todo era miedo,
silencio, desesperanza,
fracaso y soledad.
En tus manos Macarena,
quiero dejar en este día
mi beso, como cada Madrugá
Sevilla te ofrece su llanto,
te ofrece sus gozos,
te ofrece sus ilusiones,
para que esas manos
que ahora en la distancia,
beso, las llenes de cielo,
las pongas en las manos del Padre,
y vengan de él Consuelo,
esperanza, alegría.
En tus manos Macarena
quiero dejar mi beso.
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
17 de diciembre de 2.009