Cada mañana, cuando el Padre
ilumina el cielo con el sol,
tú, Madre te asomas al balcón,
azul, a pesar de las nubes,
para ver si me alejo, o me aproximo
a la Casa del Ceilo.
Cada mañana, cuando el reloj,
siempre imparable como horas,
abres la puerta de tu Morada,
para ver si al bajar las escaleras
y salir a la calle de la vida,
me alejo o me aproximo
a la Casa del Cielo.
Cada mañana, mientras despierto,
preparas en la cocina del Cielo,
el desayuno de la Palabra
que tu Hijo pronunciará un día,
y que cada jornada me recuerdas
mientras vigilas que no me aleje
demasiado de la casa del Cielo.
Cada mañana, con un nuevo día,
mientras el Padre prepara el cielo,
tú organizas una fiesta para mí,
me tiendes los brazos,
y me abrazas calidamente
mientras me dices al oído:
No temas, hoy todo empieza
para ti de nuevo.
VÍCTOR HERNÁNDEZ MAYORAL
24 de febrero de 2.010